viernes, 20 de mayo de 2011

CIVILISMO Y MILITARISMO*

Por Héctor José Corredor Cuervo

Desde el momento mismo de la Independencia los Republicanos tradicionales y retóricos que desde 1810 se creyeron representados y abanderados políticos de las causas de la libertad, de la autoridad, del control arbitrario del poder y del orden del derecho; acuñaron el dogma de que "el pueblo colombiano era civilista y ajeno a las dictaduras y al empleo de la fuerza como medio de regulación de la vida política". Para terminar con éste edificio de sublimaciones ungieron al General Francisco de Paula Santander como héroe máximo de la República Civilista; cuestionaron el sistema de gobierno unitario, popular, representativo y la división de los tres poderes contemplados en la Constitución de 1821 la cual había sido acordada como única forma de salvar a la nación de la anarquía, rodeándola del prestigio y de la fuerza que le faltaba a comienzos de su vida política; desconocieron por medio de las llamadas "actas de la dictadura", la grandeza del libertador y el aporte que los jefes militares venezolanos hicieron a la libertad y lo señalaron como el responsable del Cesarismo presidencial y del militarismo que necesariamente tuvo que formularse durante los quince años de la guerra emancipadora. ¡Qué injusticia!.

No es difícil demostrar que la tesis del civilismo colombiano es un espejismo: basta con examinar nuestra historia. No existe tradición civilista porque se despojaran de su espada mientras estuvieron en el gobierno los generales Francisco de Paula Santander, Pedro Alcántara Herrán, Tomás Cipriano de Mosquera, José Hilario López, José María Obando, José María Melo, Rafael Reyes, Ramón González Valencia, Pedro Nel Ospina y Gustavo Rojas Pinilla o porqué José Ignacio Márquez vistiera la casaca negra a raíz de las guerras civiles o porque Florentino González propusiera la eliminación del Ejército o porque los civiles hayan llegado a la Presidencia en muchas oportunidades haciendo uso del fraude electoral los cuales han tenido que ser totalmente militaristas para sostener el poder en alianza con la Fuerza Pública. El civilismo no es "el gobierno por civiles" sino el gobierno que se realiza sin aplicación de la fuerza, es el gobierno que no sostiene su autoridad sobre la represión, es el parlamento que no requiere un Ejército de escoltas para su seguridad porque se ha preocupado por luchar por el bien común, el desarrollo de la nación y que esta dispuesto a velar permanentemente por la libertad civil, la libertad política, la libertad de conciencia, que está presto a defender todos los derechos de los ciudadanos y que impide con leyes el libertinaje, la corrupción y el despilfarro de los dineros del Estado. Esto equivale a decir que no existe civilimo sino cuando funciona la democracia política, económica, y cuando haya justicia social.

El militarismo al que tanto miedo le tienen los civilistas no ha existido dentro la Fuerza Pública, se han presentado golpes de fuerza como el del General Rafael Reyes para convocar una constituyente y abrir los cauces de representación de las minorías o golpes de opinión como el del General Gustavo Rojas Pinilla para garantizar la continuidad en el gobierno del partido conservador y para apaciguar los movimientos liberales armados que se habían levantado como reacción a la persecución del Gobierno.

El militarismo se ha presentado por la acción impostora de los gobiernos, por el desconocimiento del juego limpio, por mantener un sistema que no ha funcionado y que llegó a su vejez con las mismas prácticas políticas feudales.

La Fuerza Pública no es deliberante, esto ha permitido que la política de seguridad nacional le corresponde al Jefe del Estado y que exista una alineación de los mandos, con la burocracia política, la cual aprueba y nombra los mandos que garantizan la seguridad de la espalda del gobierno.

El hecho de citar al Congreso de la República y sentar en el banquillo de los acusados a los Jefes Militares no es ningún acto de civilismo o de control político, es un acto de arrogancia; pues quien debe responder e el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas que tiene que dirigirlas y disponer de ellas. ¿No será que desde el mismo momento de la campaña y de la elección viciada por la entrada de los dineros del narcotráfico el gobierno perdió la autoridad moral para conducir al país? ¿No será que el escalamiento guerrillero se debe a la debilidad del gobierno y a la carencia de voluntad de la sociedad civil para colaborar con un régimen cuestionado? ¿Hasta cuándo será que los militares se les impide opinar sobre la soberanía que reside exclusivamente en el pueblo y sobre la Constitución Política que tienen que defender? ¿Será que el pueblo soberano sigue eligiendo personas deshonestas y corruptas para que los militares por lealtad tengan que sostener?.

* La República., abril 19 de 1998


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